viernes, 16 de enero de 2015

'Caguendéu', ¿de quién nos podemos reír?


            (Viñeta de Anwar en el diario egipcio 'Al-Masry Al-Youm', el 8 de enero de 2015)


Contaba mi padre una anécdota de mediados del siglo XX, posiblemente apócrifa, ocurrida en una partida de pilota valenciana, cuando un espectador gritó: "Xe, caguendéu!" (cagoendiós), y la autoridad competente procedió a amonestarle. "Mire usted, es que ha dicho caguendéu y eso conlleva una multa de 25 céntimos por blasfemia". El hombre, que estaba pendiente de la partida, le alargó un billete de una peseta. "¿No tiene suelto? Es que no tengo cambio". "Yo tampoco", respondió, sin quitar la vista del trinquete. "¿Por qué no va al bar a que le cambien?" "¿Por qué no va usted? Estoy viendo la partida". "Es que yo tengo que estar aquí". Harto de discutir, el espectador soltó: "Xe!, caguendéu, caguendéu, caguendéu, arreglat". En la España medieval el castigo por blasfemar llegó a ser la cárcel y hasta la muerte y en la de hoy, aunque se mantiene la blasfemia en el Código Penal, la libertad de expresión se abre paso con una fuerza que ya la quisieran en la mayor parte del mundo. Se abre paso, pero el camino no es fácil (veánse los casos de El Jueves o el más reciente de Facu Díaz) y los terroristas no hacen más que empeorarlo, por muy lejos que disparen.

Tras el asesinato de los caricaturistas de Charlie Hebdo -el mismo día que el de cuatro clientes de un supermercado que no habían publicado ninguna viñeta-, se ha suscitado en el mundo civilizado el debate de si la libertad de expresión tiene límites, en el que ha intervenido hasta el Papa Francisco para decir que sí, que tiene límites, que "no se puede provocar" y "no se puede ofender a la religión". El Papa coincide con la mayoría de intelectuales del mundo musulmán, que han proclamado que ellos no son Charlie (en respuesta al 'Je suis Charlie' casi unánime de las primeras horas después del crimen). Con el paso de los días, esta visión va ganando terreno gracias a que, como se decía en Valencia cuando las fallas eran corrosivas, a nadie le gusta que le saquen en la falla. Uno se pone en el lugar del ofendido y concluye que se puede hacer humor siempre que no se hieran los sentimientos de nadie. Vamos para atrás.

Para remar hacia el lado correcto, expongo aquí mi parecer. Los únicos límites a la libertad de expresión deben ser la injuria y la calumnia -que son delitos contra personas, no contra colectivos- y la incitación a cometer delitos. Son supuestos difíciles de atribuir a una publicación humorística, a la que se presume un animus iocandi antes que un animus injuriandi. Si incluimos la ofensa colectiva estamos perdidos. No se podrá hacer mofa de Mahoma, de la Virgen o del amado líder de turno, pero tampoco de judíos, católicos, negros (o blancos donde sean minoría), chinos, cojos, ciegos, homosexuales, catalanes o seguidores de un partido político. Ni de las desgracias propias o ajenas, con el juego que dan. Las revistas satíricas tendrían que cerrar. Por fortuna, la mayoría de esos colectivos optan por no mostrar aprecio, que es la forma más inteligente de desprecio.

Es plausible la decisión de muchos medios de comunicación de no publicar imágenes de Mahoma para no molestar a los musulmanes. A la mayoría de los medios, como a la mayoría de los lectores, no les gusta ofender de manera gratuita. Pero es inaceptable que en países donde ya hemos conquistado una amplia libertad de expresión se pretenda volver atrás. Escribió Fernando Savater que "quienes no nos pueden ni ver se pasan el día mirándonos". Si algo les molesta, denle al botón unfollow, dejen de mirarlo y dejará de molestarles. Y procuren tomarse la vida con humor.