(Columna en El Economista que publiqué sin foto el 22-6-09)
La noche del pasado 6 de febrero, Patricia Esteban llegó en un coche de caballos a su cena (a base de productos Sos) de exaltación como fallera mayor de Convento Jerusalén, la falla más chic de Valencia, la de los ricos y poderosos. Su esposo, Jesús Salazar, la esperaba vestido de torrentí junto a 120 invitados que se había traído de toda España, entre ellos, el mantenedor del acto Gerardo Díaz Ferrán, presidente de la CEOE; presidentes y consejeros de bancos y cajas; el jefe de la Casa Real, Alberto Aza; empresarios, ejecutivos, amigos todos... A la entrada del acto, stands llenos de paquetes de arroz, botellas de aceite y otros productos del grupo entonces presidido por Salazar revelaban cuán desubicado estaba el empresario. El regalo a los asistentes también llevaba la marca Sos. Los falleros de toda la vida, lo más granado y mirado de la sociedad local, no salían de su asombro: “Éste ha venido aquí a hacer publicidad”.
Y tanto. Como que Salazar se había comprometido con la falla a invertir 50.000 euros en publicidad y no estaba dispuesto a que los usos falleros le impidieran amortizarlos, aunque después no pagara. A partir de ahí, el desencuentro fue constante, con una fallera mayor que no aparecía o que lo hacía junto a una secretaria personal que daba órdenes por ella. Lo nunca visto.
No debe de ser fácil para alguien de fuera entender la idiosincrasia falleril y mucho menos la de Convento, donde ser fallera mayor cuesta 40.000 euros. A ese precio y con los brotes secos, la comisión no encontraba a ningún empresario que quisiera lucirse con su hija o esposa, así que se lo ofrecieron a Salazar, que el año pasado había estado allí invitado por un cliente.
Además de los 90.000 euros de publicidad y donativo, reinar en Convento puede salir por otros 30.000 en comidas, regalos, trajes y aderezos. En plenas fiestas, Jesús Salazar ya vislumbraba su hundimiento y dejó de pagar. Al acabar desaparecieron –ella aún es fallera mayor pero ya no la esperan– y al cabo de un mes estalló el escándalo. Dicen que Sos pagó entonces algunas facturas pendientes.
La noche del pasado 6 de febrero, Patricia Esteban llegó en un coche de caballos a su cena (a base de productos Sos) de exaltación como fallera mayor de Convento Jerusalén, la falla más chic de Valencia, la de los ricos y poderosos. Su esposo, Jesús Salazar, la esperaba vestido de torrentí junto a 120 invitados que se había traído de toda España, entre ellos, el mantenedor del acto Gerardo Díaz Ferrán, presidente de la CEOE; presidentes y consejeros de bancos y cajas; el jefe de la Casa Real, Alberto Aza; empresarios, ejecutivos, amigos todos... A la entrada del acto, stands llenos de paquetes de arroz, botellas de aceite y otros productos del grupo entonces presidido por Salazar revelaban cuán desubicado estaba el empresario. El regalo a los asistentes también llevaba la marca Sos. Los falleros de toda la vida, lo más granado y mirado de la sociedad local, no salían de su asombro: “Éste ha venido aquí a hacer publicidad”.
Y tanto. Como que Salazar se había comprometido con la falla a invertir 50.000 euros en publicidad y no estaba dispuesto a que los usos falleros le impidieran amortizarlos, aunque después no pagara. A partir de ahí, el desencuentro fue constante, con una fallera mayor que no aparecía o que lo hacía junto a una secretaria personal que daba órdenes por ella. Lo nunca visto.
No debe de ser fácil para alguien de fuera entender la idiosincrasia falleril y mucho menos la de Convento, donde ser fallera mayor cuesta 40.000 euros. A ese precio y con los brotes secos, la comisión no encontraba a ningún empresario que quisiera lucirse con su hija o esposa, así que se lo ofrecieron a Salazar, que el año pasado había estado allí invitado por un cliente.
Además de los 90.000 euros de publicidad y donativo, reinar en Convento puede salir por otros 30.000 en comidas, regalos, trajes y aderezos. En plenas fiestas, Jesús Salazar ya vislumbraba su hundimiento y dejó de pagar. Al acabar desaparecieron –ella aún es fallera mayor pero ya no la esperan– y al cabo de un mes estalló el escándalo. Dicen que Sos pagó entonces algunas facturas pendientes.
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