Para quienes amamos la tradición anglosajona de la responsabilidad política, la dimisión del ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, es una muy buena noticia. Según esta tradición, no hace falta matar a nadie ni ser un corrupto para que uno se vea en la obligación de dimitir. Basta, por ejemplo, que los directamente administrados convoquen una huelga detrás de otra y que se nieguen a negociar con uno por falta de credibilidad o porque se les trata con la misma dureza y desprecio que si fueran la oposición política. Si a ello añadimos el descuido de dejarse ver en una cacería con el juez que está empapelando al partido político contrincante y encima se acude a esa cacería sin licencia, hay motivos de sobra para dejar el puesto.
Eso es la responsabilidad política, que muchos confunden con la penal. En otros países no provoca tanto alboroto.
lunes, 23 de febrero de 2009
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