A principios de septiembre de 2008, cada día a las ocho y media de la mañana al llevar a la niña al colegio, empecé a encontrarme en el primer banco del parque al salir de casa los periódicos gratuitos del día plegados encima del respaldo. A volver a casa, desayunaba hojeándolos. Algunos días alguien se me adelantaba y me dejaba sin ellos, lo que empezó a fastidiarme, y pronto supe quién dejaba los periódicos allí. Vicente, que trabajaba en el taller de joyería que acababa de abrir a pocos metros, se sentaba en el banco a leerlos mientras esperaba a que el jefe abriese, a las ocho y media.
Con el tiempo, su jefe fue llegando cada día más tarde, de manera que Vicente estaba sentado en el banco cuando salía e incluso al volver yo a casa, y él empezó a guardarme los periódicos, a mí y a otros vecinos de la zona, en montoncitos ordenados. Así, durante meses y meses, conocí a esta excelente persona, hablamos de muchas cosas y nos echamos unas risas a propósito de su jefe tardón, el frío o el Valencia. Y siempre con el obsequio de los periódicos que él recogía en la estación de Alfafar, su pueblo, y que me dejaba a buen recaudo para que nadie me los quitase los pocos días que no nos veíamos porque él entraba a su hora o yo salía unos minutos tarde.
Hoy Vicente se ha jubilado. Le ha traído un regalo a la niña, que cumplió 6 años el domingo, nos hemos despedido y me ha quedado una sensación rara, de tristeza todo el día. Él tampoco estaba feliz. La vida diaria está llena de pequeñas rutinas más o menos placenteras. A las ocho y media de la mañana es difícil encontrar momentos de alegría y éste lo era. Se acabó la rutina, se acabaron los periódicos gratuitos y se acabaron las risas por la mañana aunque hiciese frío. Una pena.
martes, 10 de marzo de 2009
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