(Columna publicada en El Economista el 19-10-09)
Hay cosas que "quizás no sean punibles penalmente, pero sí éticamente". Es el argumento de María Dolores de Cospedal para justificar la destitución de Ricardo Costa –lo de que salió respondón no cuela porque ya estaba sentenciado–, irreprochable, aunque la número dos del PP se refería sólo a las formas y no al fondo. Es justo lo contrario de lo que dijo un consejero valenciano cuando le preguntaron si le parecía ético haber adjudicado contratos menores a dedo durante años a la empresa de un amigo íntimo: "Lo ético es cumplir la legalidad", afirmó. Y Camps lo consintió, como consintió lo de Carlos Fabra, porque confundir la ética con la legalidad y decir que todo vale mientras la lenta justicia no tome cartas es la estrategia en Valencia. O era, con permiso de Rajoy, hasta que Esperanza Aguirre la puso en evidencia.
Ahora, tras la semana de pasión de Costa todo ha dejado de ser bonito para Camps. Se le ha pinchado el globo de la confianza –Plan Confianza se llama su última campaña propagandística–, imposible de volver a hinchar en política. Rajoy dice que sigue confiando en él y simula que Camps no le mintió al salir de ese memorable Comité Ejecutivo Regional donde también engañó a los casi cien dirigentes presentes. La traición final del drama, con la ejecución de Costa al amanecer, acabó por extender el desengaño a todo Grupo Popular en las Corts. No por Costa, por cuya caída brindó más de uno, sino porque ya nadie se siente a salvo.
El poder de convocatoria del presidente flojea, los empresarios y otros representantes de la sociedad civil se excusan –los periodistas llenan el hueco– o acuden incómodos a sus actos y cada vez menos voces populares siguen la consigna de salir en tromba a defender a su jefe."Allí hay una reserva extraordinaria", dijo Fraga el otro día, dando por hecho el relevo. Un destacado miembro del partido ya lo expresó en privado nada más levantarse el secreto del sumario: "Hay que buscar otro líder". Y en ello están, con Gerardo Camps y Rita Barberá como favoritos.
Hay cosas que "quizás no sean punibles penalmente, pero sí éticamente". Es el argumento de María Dolores de Cospedal para justificar la destitución de Ricardo Costa –lo de que salió respondón no cuela porque ya estaba sentenciado–, irreprochable, aunque la número dos del PP se refería sólo a las formas y no al fondo. Es justo lo contrario de lo que dijo un consejero valenciano cuando le preguntaron si le parecía ético haber adjudicado contratos menores a dedo durante años a la empresa de un amigo íntimo: "Lo ético es cumplir la legalidad", afirmó. Y Camps lo consintió, como consintió lo de Carlos Fabra, porque confundir la ética con la legalidad y decir que todo vale mientras la lenta justicia no tome cartas es la estrategia en Valencia. O era, con permiso de Rajoy, hasta que Esperanza Aguirre la puso en evidencia.
Ahora, tras la semana de pasión de Costa todo ha dejado de ser bonito para Camps. Se le ha pinchado el globo de la confianza –Plan Confianza se llama su última campaña propagandística–, imposible de volver a hinchar en política. Rajoy dice que sigue confiando en él y simula que Camps no le mintió al salir de ese memorable Comité Ejecutivo Regional donde también engañó a los casi cien dirigentes presentes. La traición final del drama, con la ejecución de Costa al amanecer, acabó por extender el desengaño a todo Grupo Popular en las Corts. No por Costa, por cuya caída brindó más de uno, sino porque ya nadie se siente a salvo.
El poder de convocatoria del presidente flojea, los empresarios y otros representantes de la sociedad civil se excusan –los periodistas llenan el hueco– o acuden incómodos a sus actos y cada vez menos voces populares siguen la consigna de salir en tromba a defender a su jefe."Allí hay una reserva extraordinaria", dijo Fraga el otro día, dando por hecho el relevo. Un destacado miembro del partido ya lo expresó en privado nada más levantarse el secreto del sumario: "Hay que buscar otro líder". Y en ello están, con Gerardo Camps y Rita Barberá como favoritos.
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